Amor y responsabilidad pdf




















Puesto que ella se convierte en fuente de placer y de voluptuosidad. De esta tendencia nace y se desarrolla el amor, sin estar reducido a ella. No es una pura tendencia a la voluptuosidad, la libido, sino un altero-centrismo, lo que constituye el fundamento del amor.

El inicio es un gustar, tener presente un bien, que atrae, fruto de la tendencia sexual. Su objeto es la misma persona. El camino ha de pasar por el libre arbitrio. Abocamos entonces en un compromiso de la libertad respecto a la persona. El deseo sensual hace pensar en una potencia como el apetito concupiscible y el apetito irascible; en los que gravitan las pasiones. Si ciertamente la sensualidad proporciona material al amor, es la voluntad la que lo produce.

Lo cual, supone una esfuerzo para, sin dejar el aspecto subjetivo, lograr la mayor objetividad. Esta, como ya lo hemos visto, suministra materia para el amor de las personas. La especie homo forma parte de la naturaleza y la tendencia sexual, actuando en esta especie, asegura su existencia. Ahora bien, la existencia es el primero y fundamental bien de todo ser.

La existencia de la especie homo es el primero y fundamental bien de la especie. Yo no puedo actuar sino en cuanto existo. Las diversas operaciones del hombre, los productos de su genio, los frutos de su santidad no son posibles si el hombre, el genio, el santo no existen. Para ser, ha tenido que comenzar a existir. Porque esto no es verdad. La existencia, en cambio, no constituye el objeto propio y adecuado de ninguna ciencia natural. El problema de la tendencia sexual es uno de los problemas clave de la moral.

El orden de la existencia humana, lo mismo que de toda existencia, es la obra del Creador. Dios crea continuamente, y gracias a esta continuidad el mundo se mantiene en su existencia conservatio est continua creatio. Se pueden, pues, considerar como los creadores conscientes de un nuevo hombre.

Este nuevo hombre es una persona. Sabemos que la persona no e. Las relaciones sexuales entre el hombre y la mujer son relaciones carnales, si bien han de tener en su origen un amor espiritual. El amor del hombre y de la mujer, por fuerte y hondo que sea, tampoco basta para dar ello. La gracia perfecciona esa obra. El orden de la existencia es un orden divino, aunque la existencia, en cuanto tal, no sea sobrenatural. Hay, por consiguiente, en todo esto un orden de la existencia, y todas las leyes que la rigen encuentran su fundamento en Aquel que es su fuente continua, en Dios Creador.

Esta, en el mundo de las personas, es una cosa distinta. Procuraremos ahora demostrarlo, subrayando este rasgo de utilitarismo. Por eso utiliza Dios las personas como medios que le sirven para su propio fin.

Luego, el hombre obra bien cuando se sirve de la mujer como de un medio indispensable para conseguir el fin del matrimonio, que es la prole. Este gozar, este frui , puede provenir asimismo del multiforme deleite creado por la diferencia de los sexos, tanto como de la voluptuosidad sexual que dan las relaciones conyugales.

Este es el fin primordial de la tendencia sexual, y aun de toda la vida instintiva del hombre, un fin per se. Objeto-sujeto, el hombre, por su interioridad, posee la facultad de conocer, es decir, de asimilar las verdades de una manera objetiva y en su totalidad. Por ello, esta actitud adquiere un valor moral, es moralmente buena o mala. Esta responsabilidad es el elemento esencial de la moral sexual.

Esto es, precisamente, lo que constituye el fundamento del amor. La moral sexual, sobre todo si acepta como criterio el mandamiento del amor, exige la profundidad en las reflexiones y en las conclusiones. Tal objetivismo es el fundamento de la moralidad conyugal. La norma personalista misma no se identifica evidentemente con ninguno de los fines del matrimonio. Sin embargo, ambos fines han de estar fundamentados en el amor-virtud, respuesta a la norma personalista. El cumplimiento de los fines del matrimonio es, por otra parte, complejo.

De nuevo hay que constatar que una negativa incondicional a las consecuencias naturales del matrimonio, enturbia la espontaneidad y la intensidad de las sensaciones, sobre todo si se emplean medios artificiales. Amar, opuesto a «usar» 4. El mandamiento del amor y la norma personalista II.

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Need an account? Click here to sign up. Download Free PDF. Daniel Torres Cox. A short summary of this paper. Moral Cristiana. CDD Amor y Responsabilidad. Primer significado de la palabra «gozar» 1. Segundo significado de la palabra «gozar» 1. El mandamiento del amor y la norma personalista 2. El impulso sexual, propiedad del individuo 2. El impulso sexual y la existencia 2. La palabra «amor» 1. Amor como concupiscencia 1. Amor como benevolencia 1.

El amor matrimonial 2. La afectividad y el amor afectivo 2. La experiencia vivida y la virtud 3. El compromiso de la libertad 3. La castidad y el resentimiento 1. La concupiscencia carnal 1. La estructura del pecado 1. El verdadero sentido de la castidad 2.

El problema del impudor 3. El matrimonio 1. La monogamia y la indisolubilidad 1. El concepto de justicia para con el creador 2. El impulso sexual 3. Problemas del matrimonio y de las relaciones conyugales 4. El problema de la paternidad responsable 5. Fue una de las lecturas menos placenteras de toda mi vida. Y eso que me gusta leer. En tercer lugar, el empleo de una forma de razonar que avanza volviendo permanentemente sobre lo ya dicho. Hubo, empero, algunas ideas que debieron ser reformuladas manteniendo el sentido original.

Todo sujeto es al mismo tiempo un ser objetivo, es decir, es objetivamente algo o alguien, cuya esencia no depende de lo que consideren otros sujetos. Su racionalidad, es decir, su inteligencia y voluntad.

La primera se refiere al conocimiento; la segunda, a los impulsos o deseos. Dijimos que una particularidad significativa de la persona es su interioridad. La incomunicabilidad tiene un matiz adicional. Dicho en otras palabras, nadie puede hacerme querer algo sustituyendo mi voluntad por la suya; y esto, porque soy libre. Yo soy —y he de ser— independiente en mis actos. A cada momento nos encontramos en presencia de actos que tienen a otro como objeto.

Las consideraciones expuestas hasta el momento se ordenan a entender mejor a la persona, sujeto y objeto de estas acciones. Gozar es usar. El problema se da frente a las relaciones humanas. Se trata de un problema muy vasto que se extiende a muchos terrenos de la vida y las relaciones humanas. Ni siquiera Dios trata a las personas como medios. Por eso, Dios no salva al hombre contra su voluntad.

Para ello es fundamental que la otra persona conozca nuestro fin, que lo reconozca como un bien y que lo adopte como suyo. Ello excluye que una de ellas trate de someter a la otra. Se trata de una regla a la que hay que adecuarse voluntariamente. Segundo significado de la palabra «gozar» Las emociones afectivas adquieren una riqueza, una diversidad y una intensidad particulares en el momento en que nuestro comportamiento tiene por objeto una persona del sexo opuesto.

Tal es el caso particular de las relaciones sexuales entre el hombre y la mujer. Ahora bien, en las relaciones entre hombre y mujer, incluidas las sexuales, el objeto es siempre una persona. Para el utilitarismo, la felicidad consiste en una vida agradable, placentera, sin dolor. Para un utilitarista, el ser humano es un sujeto dotado de pensamiento y sensibilidad. La sensibilidad le hace desear el placer y rehusar la pena.

El placer nunca puede ser un bien compartido, pues el placer que siente uno no es el mismo que experimenta el otro: cada uno experimenta su propio placer. Cuando dar placer a otro deja de proporcionarme placer, dejo de sentirme ligado a ese otro. La honestidad, en cuanto base de la norma personalista, rebasa la utilidad, pero no la rechaza, sino que la subordina. Esto ya que la justicia consiste en dar a cada uno lo suyo, y es equitativamente debido a la persona ser tratada como objeto de amor, no como objeto de placer.

Se puede decir que la justicia exige que la persona sea amada. En esto reside la esencia de las deformaciones del amor entre el hombre y la mujer. Se trata del instinto o impulso sexual. Esta manera de proceder no es propia del ser humano, quien, por ser libre, posee la facultad de reflexionar para elegir sobre medios que lo conducen a un fin. La palabra impulso tiene casi el mismo significado que instinto. Sin embargo, trataremos de darle un sentido que se adapte mejor a la esencia del ser humano.

Esto a fin de caracterizarlo como algo propio del hombre. En el ser humano, el impulso sexual no es una fuente de comportamientos definidos e interiormente acabados. El impulso sexual, propiedad del individuo Todo hombre es por naturaleza un ser sexuado, es decir, desde el nacimiento pertenece a uno de los dos sexos. En el ser humano, el impulso sexual posee una tendencia natural a transformarse en amor. Es esencialmente diferente. Es indudable que el impulso sexual posee una gran fuerza.

El impulso sexual, en cuanto se orienta hacia una persona —la cual no puede ser usada como un medio—, tiene por fin servir de insumo para el amor.

Dios crea continuamente y, gracias a esta continuidad, el mundo se mantiene en su existencia. El Creador se sirve del hombre y la mujer —y, en consecuencia, de sus relaciones sexuales— para garantizar la continuidad de la especie humana. Por eso, utiliza a las personas como medios que le sirven para su propio fin. Luego, el hombre obra bien cuando se sirve de la mujer como un medio indispensable para el fin del matrimonio, que es la prole.

Considerar el gozo como un fin —aunque sea aparente— degenera en el tratamiento de la persona como un medio para alcanzar ese fin. El fondo del problema de la moral sexual radica en saborear el deleite sexual sin tratar, en el mismo acto, a la persona como un objeto de placer. Hay un gozar conforme a la naturaleza del impulso sexual y, al mismo tiempo, a la dignidad de las personas. El Creador ha previsto este deleite y lo ha vinculado al amor del hombre y la mujer. La interioridad, que es lo propio de la persona, es dejada de lado.

La tendencia sexual, en cambio, sale del propio yo, teniendo como objeto inmediato el ser del sexo opuesto. El cumplimiento de los fines del matrimonio es, por otra parte, complejo. Gustar significa aproximadamente presentarse como un bien. En ello entra en juego la voluntad Ej. Ello ya que el hombre y la mujer son, por su naturaleza, bienes a la vez materiales y espirituales. Esto puede traer una dificultad interior en la vida sexual de las personas. Y esto puede ser muy peligroso para el amor.

Llegado a este punto, el sujeto no se preocupa de saber si el objeto posee realmente los valores que le atraen. Es un amor de concupiscencia porque resulta de una necesidad y tiende a encontrar el bien que le falta. Pero existe una diferencia entre el amor de concupiscencia y la concupiscencia misma. La concupiscencia a secas presupone que uno tiene necesidad de algo —y no de alguien—.

El hombre puede desear a la mujer de este modo. La persona aparece entonces como un medio que sirve para apagar el deseo. El amor de concupiscencia, en cambio, se experimenta como un deseo de la totalidad de la persona. Deseo a la persona, y no —por ejemplo— el placer que me puede proporcionar. El amor falso provoca resultados contrarios. Ello ya que el amor de concupiscencia no agota lo esencial del amor entre personas. No es el te deseo como un bien, sino el deseo tu bien, o deseo lo que es un bien para ti.

El amor del hombre y la mujer no puede dejar de ser un amor de concupiscencia, pero ha de tender a convertirse en una profunda benevolencia.

El verdadero amor de benevolencia puede ir unido al amor de concupiscencia, incluso a la concupiscencia misma. Su ser, en su plenitud, no es individual, sino interpersonal. El amor reclama reciprocidad. Hay dos yoes cuando, a pesar de todo, se antepone el yo al nosotros. Lo que en el amor decide el nacimiento de ese nosotros es la reciprocidad. Ella demuestra que el amor ha madurado, que ha llegado a ser algo entre las personas, que ha creado comunidad.

Si es un bien verdadero, la reciprocidad —y con ello la amistad— es profunda, madura y casi inquebrantable. Ello explica la confianza que se tiene en la otra persona, la cual suprime las sospechas y los celos. Basta con que una de las personas adopte una actitud utilitaria para que de inmediato surja en el amor el problema de la reciprocidad, y nazcan sospechas y celos.

Conviene subrayar que lo que a las personas les sucede no es fruto de sus actos volitivos. Todo lo contario: muchas veces las personas experimentan algo de manera incomprensible incluso para ellas mismas. Sin embargo, en esto radica su gran fuerza subjetiva, la cual da al amor su expresividad. En efecto, el mero reconocimiento intelectual del valor de la otra persona no basta para que haya amor. La afectividad tiene el poder de acercar de manera sensible a las personas. Y la amistad consiste en un compromiso mismo de la voluntad respecto de una persona, con miras a su bien.

Es justamente en la amistad donde se encuentra la unidad del nosotros. Consiste en el don de la persona. Frente a esto, la primera pregunta que surge es si una persona puede darse a otra. Sin embargo, este darse, que es imposible en el orden de la naturaleza —nadie puede ser propiedad de otro—, puede tener lugar en el orden del amor y en sentido moral. La posibilidad de darse en el orden del amor expresa el dinamismo particular de la persona y las leyes propias que rigen su existencia y desarrollo.

El concepto de amor entre esposos implica el don de una persona a otra. Los sentidos internos mantienen ese contacto cuando el objeto ya no se encuentra al alcance de los sentidos externos. El ser humano recibe una gran cantidad de percepciones. Los receptores sensoriales trabajan sin parar, lo cual fatiga y agota el sistema nervioso, el cual necesita reposar.

La facultad de experimentar emociones a la vez profundas e intensas parece ser un elemento particularmente importante de la vida interior. Por el contrario, es natural. Con la madurez sexual se desarrolla la vitalidad sexual del organismo. La sensualidad, incluida en las funciones vegetativas, se comunica a los sentidos. Sin embargo, como sabemos, la persona no puede ser objeto de placer.



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